lunes, 21 de julio de 2025

Cuando el reloj llegó a cero.


©Berta Martín de la Parte. Imagen creada con IA.

Un paisaje urbano nocturno: Madrid

Un elemento futurista: Reloj digital.

Un peligro inminente: El olvido.

Un personaje enigmático: Matusalén.

Un desenlace inesperado: El despertar.


"Cuando el reloj llegó a cero" 

La ciudad de Madrid flotaba en la noche como una nave varada entre galaxias dispuestas

como naipes,

como si fueran las cartas de Ayet- esas que ya nadie recuerda, pero aún sueñan con ser leídas.

Los edificios, altos como la memoria que perdimos, respiraban luz artificial y silencio eléctrico. Todo era vertical, remoto, sin alma.

Y sin embargo, el tiempo no corría: caía.

En lo alto de la torre de Luján, la más antigua de la Villa —la única que alguna vez fue piedra antes de convertirse en código—, un reloj digital suspendía su cuenta regresiva en el aire. No marcaba horas, sino algo más profundo, más sutil, como si midiera la extinción lenta de lo humano.
El olvido no era amnesia.
Era niebla.
Era un virus sin nombre que devoraba lo vivido sin dejar cicatriz.
Cada día, la ciudad despertaba como si acabara de nacer. Y sin pasado, no había futuro.

Solo uno recordaba:

Matusalén, el símbolo de la longevidad y la sabiduría, caminaba entre ruinas tecnológicas con la lentitud de quien ya ha visto todo. Su cuerpo era delgado como la sombra del tiempo, y en su piel se dibujaban grietas donde dormían galaxias. Decían que había nacido antes del lenguaje, antes de la historia. Que él recordaba el primer fuego.  Y que guardaba, en un cuaderno de papel —milagro arcaico—, la memoria de todos los olvidados.

Yo lo vi la noche en que el reloj susurró su último segundo.
00:00:01

—¿Lo sientes? —me dijo sin mirarme, con la voz de alguien que habla desde el centro de los siglos.

—¿Qué cosa?

—La verdad que se esconde en los finales.

Abrió su cuaderno. No había tinta. Había visiones: Fragmentos flotando en el aire como humo sagrado: una madre cantando, un atardecer ardido sobre un mar antiguo, el olor del pan caliente, el tacto de un nombre amado. Eran memorias… o semillas. Cosas que yo nunca viví, y sin embargo conocía.

El reloj marcó cero.
00:00:00

No hubo explosión.
Solo un latido.
Y un viento. Antiguo, imposible, barrió las calles.
Las pantallas se apagaron como párpados rendidos.
Los drones cayeron como pájaros sin cielo.
Y el cielo, por siglos olvidado, se abrió como una herida luminosa.
Las estrellas —más reales que las leyes— regresaron.

La ciudad salió a mirar.
Lloraban sin saber por qué.
Reían sin causa.
Recordaban.

Los nombres de los abuelos.
El calor del sol.
El temblor de una mano tomada.

El olvido se deshizo como un mal sueño al amanecer.

Matusalén se sentó en los peldaños del tiempo y sonrió. Su rostro era una constelación.

—¿Estamos solos? —pregunté.

—Nunca —respondió—. Solo estábamos dormidos.

Desde entonces, el reloj ya no mide el fin.
Marca la vida.

Las horas no se pierden, se siembran.
Las máquinas aprendieron a escuchar.
Y las palabras florecen en las calles como lirios digitales.

Matusalén… desapareció.
Dicen que volvió al origen.
Otros juran que se convirtió en estrella.

Yo escribo ahora en su cuaderno, guardando los recuerdos.
Por si un día, otra vez, olvidamos.

Porque el olvido no es muerte.
Es pausa.

Y esta vez,
despertamos.


Final

© Berta Martín de la Parte.

Saludos para tod@s y seamos felices.

Relato participativo en la convocatoria convocatoria 24 Julio 2025


viernes, 18 de julio de 2025

DIBUJOS QUE EL TIEMPO NO BORRA: Una antología en cuatro trazos. IV " Donde se cruzan los trazos".



© Berta Martín de la Parte. Imagen creada con IA.

INTRODUCCIÓN

¿Y si no fuéramos más que dibujos tridimensionales? ¿Y si la vida, con su paso invisible, fuera una gran mano que nos va borrando lentamente los colores, las texturas y las líneas?.
Este cuaderno DIBUJOS QUE EL TIEMPO NO BORRA; reúne cuatro relatos que exploran esa idea desde distintos rincones del alma. No son cuentos en el sentido clásico. Son reflejos. Son retratos del tiempo, del amor, de la pérdida, y de la transformación. Hoy , para cerrar la serie de relatos del cuaderno titulado DIBUJOS QUE EL TIEMPO NO BORRA, publico el relato titulado: Donde se cruzan los trazos. 

Enlace al primer relato: Elías, el hombre que se borraba.
Enlace al segundo relato: Clara, en el papel del viento.
Enlace al tercer relato: Lucía la que aún dibuja


IV "Donde se cruzan los trazos"

No hay un lugar exacto. No hay una fecha precisa. Solo hay un instante, fuera del calendario, donde los dibujos que fuimos se encuentran, sin importar si aún caminan, si ya son viento, o si apenas comienzan a desdibujarse.

Ese lugar es una plaza, o un sueño, o una hoja en blanco aún por definir. Pero está ahí, siempre esperándonos.

Lucía llegó primero. Con un cuaderno en la mano y un cansancio dulce en los ojos. Había pasado la tarde buscando sin saber qué, como si una cuerda invisible la tirara hacia algún punto del mundo. En el centro de la plaza —que no aparecía en ningún mapa— había un banco vacío. Se sentó. Abrió su cuaderno. Y esperó.

Minutos, o quizás años después, llegó Elías.

No venía caminando, venía deslizándose. Su figura era tenue, casi translúcida, pero aún conservaba esa serenidad de quien ha dejado de temer al tiempo. Al ver a Lucía, algo en él titiló. No la conocía, pero la reconocía.

—¿Me estás dibujando? —preguntó, con voz que era más soplo que sonido.

Lucía no respondió. Le mostró la hoja. En ella, el contorno de un hombre que parecía estar hecho de viento y memoria. Elías sonrió, como si encontrarse a sí mismo en un trazo ajeno fuera una forma de regresar.

Y entonces, Clara.

No llegó como figura. Llegó como luz. Una vibración suave en el aire, una fragancia de infancia y silencio. Lucía levantó la vista. Elías cerró los ojos. Ambos sintieron lo mismo: una presencia que no exige espacio, pero lo llena todo.

Clara habló sin hablar.

"El arte no era para conservarnos, sino para encontrarnos. Cada línea que perdimos fue un puente. Cada color que se apagó, una señal. No somos cuerpos que desaparecen. Somos significados que se transforman."

Lucía sintió que el lápiz se movía solo en su mano. Comenzó a dibujar algo nuevo. Ya no era Elías, ni ella misma, ni siquiera Clara. Los nombres no importaban. Era otra cosa: tres siluetas entrelazadas, nacidas de una misma línea continua. No había rostro definido, ni fondo. Solo conexión. Solo una verdad hecha forma.

Elías , por primera vez en mucho tiempo, se sintió completo. No porque hubiese recuperado lo que perdió, sino porque comprendió que lo esencial nunca se había ido, que siempre había estado ahí, presente en cada momento, y que, aunque no lo viera, estaba ahí, esperándole. Clara seguía en él. Lucía, una desconocida, ya formaba parte de él. Y, de alguna manera, él estaba presente en los dibujos que Lucía aún no había hecho.

Entonces, el mundo pareció suspenderse.

El tiempo dejó de contar. El aire se volvió palabra. El espacio fue abrazo.

Y allí, en esa plaza sin nombre, los tres se fundieron por un instante en el mismo trazo. Clara, como luz que guía. Elías, como memoria que sostiene. Lucía, como mano que nombra.

Cuando todo volvió a ser silencio, Lucía estaba sola otra vez. Pero no sentía ausencia. Sentía expansión. Cerró el cuaderno con cuidado y supo que nunca volvería a dibujar de la misma manera.

Porque hay encuentros que cambian la forma del alma. Hay lugares donde los que se han borrado dejan una señal. Y hay dibujos que no se hacen con tinta ni grafito, sino con presencia.

En algún banco público, del mundo, un cuaderno espera. Dentro, tres figuras. Juntas. Eternas. No por ser perfectas, sino por haberse encontrado.

No hay un lugar exacto. No hay una fecha precisa. Solo hay un instante...

                                            Quizás no seamos permanentes. Quizás solo seamos gestos.

Pero hay gestos que perduran.

Colores que, aun tenues, no se olvidan.

Dibujos que, aunque se borren, dejan huella.

Final

Derechos de autor: Berta Martín de la Parte.

Saludos para todos.

Seamos felices.


El sabor de algo perdido.

Video creado con IA. @ Berta Martín de la Parte El sabor de algo perdido. La cafetera exhala su vapor como un suspiro antiguo, herencia de t...