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Imagen © Berta Martín de la Parte |
Entre los pasillos, bajo la tenue luz amarilla de unas lámparas colgantes que parecían suspendidas en el pasado, se encontraban dos colosos de la literatura: Miguel de Cervantes y León Tolstói, cada uno representado por sus obras más icónicas. Sus libros no deberían haberse tocado, pero alguien, quizás por descuido o curiosidad, los había colocado juntos.
Cervantes y Tolstói habían sido puestos juntos en el mismo estante, Más aún, " Don Quijote de la Mancha" descansaba justo al lado de " Anna Karenina".
Fue entonces cuando ocurrió algo inesperado:
Las páginas comenzaron a moverse, susurrando como hojas agitadas por el viento. De pronto, una sombra emergió del tomo de Cervantes. Era él, don Quijote de la Mancha, con su armadura desgastada y su fiel lanza en mano. A su lado, aparecía Sancho Panza, su inseparable escudero, frotándose los ojos como si despertara de un sueño profundo.
—¡Por el alma de Dulcinea!— exclamó don Quijote, observando su alrededor—. Sancho, ¿Qué
clase de encantamiento es este? No reconozco este paraje ni veo a nuestros enemigos los gigantes.
Sancho, rascándose la cabeza, replicó:
—Señor, me temo que hemos sido trasladados a un lugar fuera de nuestro tiempo. Y mire usted, que esos libros no parecen molinos.
Antes de que don Quijote pudiera responder, un movimiento en el libro contiguo los interrumpió.
Desde las páginas de "Anna Karenina", surgió una figura femenina de elegancia innegable. Llevaba un vestido negro largo, de esos que caen con la elegancia de otros siglos, con bordados que brillaban apenas bajo la luz tenue. Era el tipo de prenda que hablaba de bailes en salones dorados y paseos por calles nevadas de San Petersburgo. Su rostro, hermoso y sereno, estaba marcado por una tristeza profunda, como si cargara con un amor imposible en cada mirada. Anna Karenina, con la dignidad y el dolor de quien ha amado demasiado, había cobrado vida.
—¿Dónde estoy?— preguntó ella con voz suave, mirando a su alrededor con desconcierto—. ¿Quiénes son ustedes?
Don Quijote, sin dudarlo, inclinó su cabeza y respondió:
—Dama en desgracia, no temáis. Soy don Quijote de la Mancha, caballero andante, protector de los oprimidos y salvador de doncellas en peligro. Decidme, ¿Qué infortunio os aqueja?
Anna esbozó una sonrisa triste y bajó la mirada.
—El amor... o la falta de él. Mi vida está escrita en tragedia, y mi destino está marcado por la fatalidad. No hay salvación para mí.
Sancho se acercó a su señor y, con el ceňo fruncido, murmuró:
—Señor, esto me huele a uno de esos dramas de los que habla el cura los domingos, con mucho amor, mucha pena... y un final que no hay quien lo arregle. Yo digo que mejor nos damos la vuelta antes de que acabemos metidos en líos que no son nuestros.
Pero don Quijote no era de los que retrocedían ante la adversidad.
—¡De ningún modo!— exclamó—. No permitiré que la desesperanza os consuma, noble señora. ¡Yo os salvaré!
En ese momento, un nuevo resplandor iluminó la estancia. Entonces desde el interior de un voluminoso ejemplar de " Guerra y paz", surgió una figura imponente. Era León Tolstói, con su larga barba blanca como las nieves de su Rusia natal, y unos ojos que parecían haber visto todos los dolores del alma humana. Dio unos pasos, caminando con esa calma de quien conoce los laberintos del espíritu, y en su expresión había una mezcla de compasión y resignación, como si cargara sobre sus hombros las tragedias de cada uno de sus personajes. Se detuvo frente a Don Quijote, Sancho Panza y Anna Karenina, con la solemnidad de un sabio que no necesita levantar la voz para hacerse escuchar.
—Don Quijote, caballero noble, vuestra intención es buena, pero no podéis cambiar lo que ya está escrito— dijo con voz profunda—. Anna pertenece a su destino, al igual que vos al vuestro.
Pero el caballero no se dejó amilanar.
—¡Siempre hay esperanza!— proclamó, golpeando su lanza contra el suelo—. Mi deber es enfrentarme a los gigantes de la desesperación, ¡aunque solo sean sombras en el viento!
Tolstói sonrió con melancolía y miró a Anna con ternura.
—Quizás no podamos cambiar lo escrito, pero podemos ofrecer una pausa, un respiro. Por esta noche, Anna, ¿aceptaríais un cambio en vuestra historia? Un momento lejos de las páginas de vuestra tragedia.
_ Anna lo miró con una mezcla de sorpresa y desconcierto. Sus ojos recorrieron el lugar como quien despierta en un sueňo del que no recuerda haber entrado. No reconocía la época, ni siquiera el idioma que flotaba en el aire. Las estanterías altísimas, las lámparas eléctricas, el eco sutil del mundo moderno que supuraban las paredes...todo le era ajeno... Los ruidos que provenían del exterior... Acercándose a una de las ventanas, pudo contemplar "los coches" aparcados iluminados por las farolas, se preguntó en dónde estaban los carruajes, los abrigos pesados , el murmullo de la nieve cayendo sobre los tejados rusos.
Volvió la vista hacia don Quijote, y esa figura desgarbada, con su armadura vieja y su nobleza incorruptible, le pareció de pronto lo único cierto en aquel entorno desconocido. Su determinación la desconcertó tanto como la conmovió.
Por primera vez en mucho tiempo, sintió que quizás, solo quizás, no todo estaba perdido.
—Acepto— dijo con un suspiro.
Sancho bufó y se cruzó de brazos.
—Pues esto va a ser un lío...
Pero don Quijote sonrió, satisfecho.
—¡Entonces, partamos!— exclamó—. Esta noche, mi señora, sois libre.
Y así, bajo la luz titilante de la biblioteca, los tres personajes se alejaron juntos, mientras Tolstói y Cervantes intercambiaban una mirada cómplice, como si ya supieran que, al amanecer, todo volvería a su orden natural. Pero hasta entonces, la historia de Anna Karenina no terminaría en tragedia. Al menos, no aquella noche.
Fin
SALUDOS PARA TOD@S, inventar es también un modo de vivir!
© Berta Martín de la Parte.