viernes, 8 de agosto de 2025

«Donde no estamos, somos».



@Berta Martín de la Parte- Imagen creada con IA.


 ** Donde no estamos, somos**

No recordaba la primera vez que la vio, porque, en el fondo, siempre la había sentido cerca. No como se siente a alguien al lado, no con los sentidos, sino con algo más profundo, como si hubiese nacido sabiendo que en algún punto del mundo existía una mujer que llevaba su nombre escrito bajo la piel.

La encontró una tarde de otoño, cuando las hojas caían sin ruido y el mundo parecía detenerse sólo para permitirles coincidir. Ella hablaba de cosas triviales, pero él escuchaba como si cada palabra fuera una clave, una melodía que despertaba algo que había dormido en su pecho durante años.

Desde entonces, nada importó.

No importó lo que hicieran, ni lo que esperaran. El tiempo dejó de existir en su forma lineal. Había días en que no se veían, semanas incluso, y sin embargo él sentía su presencia como se siente la gravedad: invisible, constante, inevitable.

Amarla no fue una elección. Fue una certeza. Como respirar. Como doler.

Ella también lo sabía. Aunque a veces se alejaba, aunque la vida la arrastrara hacia otros amores, otros intentos, otras versiones de sí misma, había una mirada en sus ojos cuando se cruzaban que decía sin palabras: eres mío, y soy tuya, sin remedio y sin pausa.

Nunca se prometieron nada. Nunca pusieron nombres a lo que tenían. No hablaban de futuro, porque sabían que ese "nosotros" del que otros hablaban no era para ellos. Lo suyo era más antiguo, más hondo, más libre y también más cruel.

Había momentos en los que él la soñaba y despertaba con el corazón hecho trizas, con el eco de su nombre mordiéndole el pecho. Y había días en los que la tenía frente a él, pero sentía que ya estaba en otra parte, como si su alma jugara a esconderse sólo para probar su fidelidad.

Aun así, no importaba.
Ni el olvido, ni la ausencia, ni la sangre que a veces parecía buscarla en todos los rostros equivocados.

Ella seguía siendo suya. Y él seguía siendo de ella.

Sin voces. Sin rodeos. Sin velos.

Una pertenencia callada, como la de las raíces al suelo.
Una entrega que no necesitaba nombre ni pacto.

Era suya incluso cuando no lo sabía.
Y él era suyo incluso cuando se convencía de haberla soltado.

Ambos lo intuían: su historia no necesitaba tiempo. 

No necesitaba finales ni comienzos. 

Era un lazo sin lazos, una unión sin cuerpo, sin casa, sin testigos.

Un amor que no exige espacio, porque habita en lo invisible. Un amor que no se rompe, porque nunca fue hecho para sostenerse en el mundo. Un amor que arde sin fuego y se escribe sin tinta.

A veces, cuando la vida dolía demasiado, él cerraba los ojos y recordaba su voz. Y era suficiente.
Ella, por su parte, lo pensaba en el silencio de la noche, cuando nadie la miraba, cuando no tenía que fingir que no le dolía tanto desear lo que no podía tener.

Porque no se tenían como se tiene a alguien en esta tierra. 

 Se tenían en otra forma.
En una dimensión donde el "nosotros" era innecesario.

Y en ese espacio sin nombre, sin reglas, sin tiempo… seguían siendo:

Él, sin ella.
Ella, sin él.

Sin palabras. Sin rodeos. Sin imágenes poéticas.

Fin

© Berta Martín de la Parte.

Seamos felices, saludos para todos..






1 comentario:

  1. Qué historia más romántica, preciosa. Parece irreal pero al mismo tiempo tan real, unas de esas historias, relaciones de amor, tacitas que surgen hoy en día en esos espacios virtuales tan ideales y reales al mismo tiempo. Personas que quedan atrapadas en un amor sin tiempo, más allá de sí mismas. Me ha encantado, Berta, un abrazo enorme. 🌷🌷🌷

    ResponderEliminar

«Donde no estamos, somos».

@Berta Martín de la Parte- Imagen creada con IA.   ** Donde no estamos, somos** No recordaba la primera vez que la vio, porque, en el fondo,...