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©Berta Martín de la Parte. Imagen creada con IA. |
Un paisaje urbano nocturno: Madrid
Un elemento futurista: Reloj digital.
Un peligro inminente: El olvido.
Un personaje enigmático: Matusalén.
Un desenlace inesperado: El despertar.
"Cuando el reloj llegó a cero"
La ciudad de Madrid flotaba en la noche como una nave varada entre galaxias dispuestas
como naipes,
como si fueran las cartas de Ayet- esas que ya nadie recuerda, pero aún sueñan con ser leídas.
Los edificios, altos como la memoria que perdimos, respiraban luz artificial y silencio eléctrico. Todo era vertical, remoto, sin alma.
Y sin embargo, el tiempo no corría: caía.
En lo alto de la torre de Luján, la más antigua de la Villa —la única que alguna vez fue piedra antes de convertirse en código—, un reloj digital suspendía su cuenta regresiva en el aire. No marcaba horas, sino algo más profundo, más sutil, como si midiera la extinción lenta de lo humano.
El olvido no era amnesia.
Era niebla.
Era un virus sin nombre que devoraba lo vivido sin dejar cicatriz.
Cada día, la ciudad despertaba como si acabara de nacer. Y sin pasado, no había futuro.
Solo uno recordaba:
Matusalén, el símbolo de la longevidad y la sabiduría, caminaba entre ruinas tecnológicas con la lentitud de quien ya ha visto todo. Su cuerpo era delgado como la sombra del tiempo, y en su piel se dibujaban grietas donde dormían galaxias. Decían que había nacido antes del lenguaje, antes de la historia. Que él recordaba el primer fuego. Y que guardaba, en un cuaderno de papel —milagro arcaico—, la memoria de todos los olvidados.
Yo lo vi la noche en que el reloj susurró su último segundo.
00:00:01
—¿Lo sientes? —me dijo sin mirarme, con la voz de alguien que habla desde el centro de los siglos.
—¿Qué cosa?
—La verdad que se esconde en los finales.
Abrió su cuaderno. No había tinta. Había visiones: Fragmentos flotando en el aire como humo sagrado: una madre cantando, un atardecer ardido sobre un mar antiguo, el olor del pan caliente, el tacto de un nombre amado. Eran memorias… o semillas. Cosas que yo nunca viví, y sin embargo conocía.
El reloj marcó cero.
00:00:00
No hubo explosión.
Solo un latido.
Y un viento. Antiguo, imposible, barrió las calles.
Las pantallas se apagaron como párpados rendidos.
Los drones cayeron como pájaros sin cielo.
Y el cielo, por siglos olvidado, se abrió como una herida luminosa.
Las estrellas —más reales que las leyes— regresaron.
La ciudad salió a mirar.
Lloraban sin saber por qué.
Reían sin causa.
Recordaban.
Los nombres de los abuelos.
El calor del sol.
El temblor de una mano tomada.
El olvido se deshizo como un mal sueño al amanecer.
Matusalén se sentó en los peldaños del tiempo y sonrió. Su rostro era una constelación.
—¿Estamos solos? —pregunté.
—Nunca —respondió—. Solo estábamos dormidos.
Desde entonces, el reloj ya no mide el fin.
Marca la vida.
Las horas no se pierden, se siembran.
Las máquinas aprendieron a escuchar.
Y las palabras florecen en las calles como lirios digitales.
Matusalén… desapareció.
Dicen que volvió al origen.
Otros juran que se convirtió en estrella.
Yo escribo ahora en su cuaderno, guardando los recuerdos.
Por si un día, otra vez, olvidamos.
Porque el olvido no es muerte.
Es pausa.
Y esta vez,
despertamos.
Final
© Berta Martín de la Parte.
Saludos para tod@s y seamos felices.
Relato participativo en la convocatoria convocatoria 24 Julio 2025
Qué lindo lo has escrito, ese tiempo que a veces no existe"Porque el olvido no es muerte.
ResponderEliminarEs pausa."
Te deseo unas bonitas vacaciones. Besotes .