jueves, 25 de septiembre de 2025

Emilio, o tal vez nadie.

 

Imagen creada con IA-
@ Berta Martín de la Parte.

Emilio, o tal vez nadie.


. Ahí, bajo cielos de neón apagado, un hombre sin nombre—Emilio, o tal vez nadie—vaga, disuelto en la penumbra, como un eco errante. No lleva más que su cuerpo cansado y el vacío de sus manos temblorosas. Es un ave perdida en el torbellino de la noche, un errante que escapa de la paz de los burgueses y sus sueños de orden y armonía.

Camina. Deambula por las calles empedradas y se deja mojar, se deja caer en el barro que arrastra y al que pertenece. No tiene  prisa, ni un mañana que importe en su existencia de laberinto, de humo, de espejismos que se rompen con el primer paso. Porque Emilio—si es que así se llama—ha olvidado ya el peso del destino; ha dejado de temerle a la tormenta. 

Esta noche, con su mochila raída y su alma hecha pedazos, solo busca perderse, disolver las mentiras que lo sostienen, dejar atrás las farsas con las que se cubrió, fingiendo alguna vez ser un hombre completo.

" ¡Cuántas veces he mentido!", piensa mientras cae la lluvia y el lodo se entremezcla en la luz de las farolas.

" ¡Cuántas veces me he engañado , he escrito y creído en esa máscara de hombre armonioso, sabio, iluminado!"

Pero no es más que barro. Barro y polvo de caminos que no llevan a ninguna parte. 

Como un trueno que retumba en la lejanía, su propia voz le devuelve la verdad: no es un poeta feliz, ni un artista sereno, sino un vagabundo, un ser quebrado que jamás conocerá la paz que busca.

¿Qué le queda entonces sino aceptar la tormenta, abrir los brazos al viento y dejarse arrastrar?

Se sienta en un banco empapado en la plaza vacía. Toma su cuaderno, su único refugio, y lo abre con manos mojadas, como si las palabras pudieran ahuyentar el peso que lo aplasta. Escribe, y con cada trazo sufre y se libera, como si sus letras fueran confesiones arrancadas del fondo de su alma. Se desgarra sobre el papel, destierra su máscara, escribe de la suciedad, del hastío, de la carga de existir en un mundo donde nada es suficiente. Y en medio de ese frenesí, algo en su pecho se calma, una chispa tenue prende en la oscuridad de su ser.

Se ha aceptado, aunque sea un instante, en la humildad cruda de su propio dolor.

La lluvia se convierte en bálsamo, en un abrazo gélido que le recuerda que está vivo, aquí y ahora, con su existencia caótica y contradictoria. La paz de los burgueses no es para él. Esa paz no podría jamás contener el delirio de quien vive en la tormenta, de quien arrastra consigo el peso de sus miserias, de sus propias ruinas. No, la calma no es para un hombre que se ha lanzado al abismo de su propia alma, que ha aprendido a escuchar el eco de sus pasos vacíos.

- Entonces, cierra el cuaderno y levanta la mirada hacia el cielo plomizo. No pide respuestas, no anhela claridad. Solo está, siendo y deshaciéndose, con la certeza de que su vida es una lucha inacabable, un grito que se disuelve en la inmensidad de la noche. No habrá amanecer para él, pero eso ya no le importa. Porque ha encontrado, en la tormenta que ruge sobre su pecho, la verdad que le negaron los espejismos de grandeza. 

- Emilio, o tal vez nadie- se levanta del banco, sus pasos resuenan en el vacío, y camina sin rumbo, cargando en su mochila el peso de todas las contradicciones que le conforman. Lleva consigo la risa y el llanto, el oro y el lodo, el placer y la pena. Lleva consigo su humanidad rota y plena, y con cada paso, deja caer las máscaras que el mundo le impuso.

Es un pájaro en plena tormenta. Nada en él busca volar hacia cielos despejados, porque su verdad está aquí, en el viento frío que lo envuelve, en el barro que lo ensucia y lo eleva. Es la vida misma: brutal y hermosa, caótica y febril. Y él, - Emilio, o tal vez nadie- , sigue adelante, sin huir, sin temer. Porque en cada paso de este camino incierto, encuentra una verdad más pura, una chispa de lo que es, de lo que siempre fue: un guerrero perdido que se rinde y se reconstruye en medio de la tempestad.

No crece la hierba en el lugar donde los vagabundos se detienen a esperar,

donde los soñadores se derrumban en busca de un refugio para el desvelo.

Las hojas de los árboles 🍂 caen,

el otoño ya está aquí,

para

" Emilio, o tal vez nadie. "

Fin

Derechos de autor: Berta Martín de la Parte

Saludos para todos y continuemos siendo felices.





martes, 9 de septiembre de 2025

El rumor de las páginas.

 



Imagen creada con IA.
© Berta Martín de la Parte.


- El rumor de las páginas-

El metro avanzaba como un animal subterráneo, acompasando su respiración con el rítmico jadeo metálico de las puertas. En un asiento de la esquina, una muchacha de veintitantos años acariciaba, inquieta, la pantalla de su teléfono móvil . El reflejo azul le iluminaba la cara como un si de un farol líquido se tratara . Se reía sola, se detenía en un vídeo, deslizaba sus dedos y sus ansias de ver el fascinante mundo paralelo en el que la había tocado vivir, y volvía a reír. A su lado, un hombre de setenta años sujetaba un libro con las dos manos, como quien sostiene un vaso de agua en medio del desierto... El vagón entero parecía dividido entre esas dos luces: la pantalla que devora el presente y la página que guarda las huellas del pasado.

La muchacha, sin levantar la vista, dirigiéndose a su compañero de asiento, murmuró algo que sonó a consigna , a modo de contraseña aprendida:
—" No sois mejores porque os guste leer. Hay que superarlo ".

El hombre la miró. Sus ojos, cansados y a la vez despiertos, guardaban la calma de quien ha visto pasar demasiadas tormentas. Al principio, no dijo nada. Pasó una página del libro, con la calma de quien comprende que cada hoja es un fragmento de tiempo.

Ella notó la mirada y se rió, un poco a la defensiva:
—Es verdad, ¿no? Siempre vais de listos, como si leer os hiciera superiores. Yo prefiero vivir, no perder horas entre letras.

El hombre cerró el libro sin perder la sonrisa.
—Vivir… —repitió—. ¿Y qué crees que hago yo aquí inmerso en la lectura de estas páginas?

Ella encogió los hombros.
—Evadirte.

El vagón se estremeció mientras las luces titilaban brevemente. El anciano tomó una profunda bocanada de aire, permitiendo que este impregnara sus palabras:
—Cuando era niño, no había libros en mi casa.. Solo periódicos viejos y alguna revista rota. Un día encontré en la basura un ejemplar de Platero y yo. Estaba húmedo, con olor a moho. Me lo llevé escondido bajo el jersey, como quien roba pan. Cada noche lo leía a escondidas, con una vela que me dejaba los dedos ennegrecidos. Aquellas páginas me dieron un pueblo entero, un animal suave, un mundo que no conocía. ¿Eso es evasión? Quizá. Pero también respirar por primera vez fuera de mi propia pobreza.

La joven bajó un poco el móvil, solo un poco.
—Suena bonito, pero ahora es distinto. Lo tenemos todo al alcance de un clic.. No hace falta libros para conocer cosas.

—Sí —dijo él—. Ahora la abundancia también empobrece. El río de imágenes nunca se detiene, pero no deja poso. ¿Sabes? Cuando lees, las palabras no pasan de largo. Permanecen en tu interior, se funden con tu sangre, se adhieren a los poros de tu piel, y se inscriben en tu mundo único. . Te obligan a detenerte, a discutir contigo misma.

Ella torció la boca, incrédula, pero algo en el tono del hombre le abrió una pequeña grieta de duda.
—A mí me parece postureo. Tener librerías llenas de libros que no lees, como decoración. Eso es lo que hacéis muchos.

El anciano asintió despacio.
—También. No lo niego. Los libros se han vuelto a veces muebles mudos. Pero no te equivoques: no leer nunca es una elección más grave. Es como cerrar las ventanas para no ver el cielo.

La muchacha apagó la pantalla y se miró las uñas. En el vagón, alguien dormitaba con la cabeza contra el cristal. Otro escuchaba música con los ojos cerrados. Todo parecía en suspenso.

El anciano abrió de nuevo su libro y leyó un párrafo en voz baja, apenas un susurro que sin embargo llenó el espacio alrededor de ellos. No era una cita grandilocuente, sino una descripción de un árbol que florecía en primavera. La muchacha lo escuchó sin interrumpirlo. Había en esas palabras una lentitud distinta, como si el tiempo mismo se abriera y respirara a través de ellas.

—¿Ves? —dijo él cerrando el libro—. Esto no me hace mejor que tú. Pero me recuerda que soy más que lo que consumo. Me recuerda que hubo otros antes, que pensaron, que soñaron, que escribieron para que no olvidáramos.

Ella lo miró de reojo, incómoda y a la vez curiosa.
—¿Y si no quiero recordar? ¿Y si me basta con estar aquí, ahora?

El hombre sonrió con ternura.
—Entonces estarás siempre aquí, ahora. Como una hoja que flota en el agua sin saber de dónde viene ni adónde va. No hay nada malo en eso. Pero pregúntate: ¿no te gustaría, al menos una vez, sentir que puedes nadar contra la corriente?

El metro llegó a la estación. El anciano se levantó despacio y guardó el libro en el bolsillo interior de su chaqueta, como un secreto. Antes de salir, le dijo:
—No leas para ser mejor. Lee para no dejar que otros piensen por ti.

Las puertas se cerraron. La muchacha se quedó sola con el rumor metálico del tren y el eco de aquellas palabras. Miró su móvil apagado, luego el asiento vacío. Y por primera vez en mucho tiempo, el silencio le pareció más profundo que cualquier vídeo.

El metro siguió su camino, como un animal que avanza bajo tierra.

Y en el bolsillo de un anciano, las páginas seguían respirando.

Las palabras son como pequeñas lámparas: a veces basta una chispa para iluminar lo invisible.

Final



 

" No sois mejores porque os guste leer. Hay que superarlo" . Autora: María Pombo.

Saludos para todos y continuemos siendo felices.

Derechos de autor : Berta Martín de la Parte





El relámpago y la pila de los 1.320

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