Imagen creada con IA- @ Berta Martín de la Parte. |
Emilio, o tal vez nadie.
. Ahí, bajo cielos de neón apagado, un hombre sin nombre—Emilio, o tal vez nadie—vaga, disuelto en la penumbra, como un eco errante. No lleva más que su cuerpo cansado y el vacío de sus manos temblorosas. Es un ave perdida en el torbellino de la noche, un errante que escapa de la paz de los burgueses y sus sueños de orden y armonía.
Camina. Deambula por las calles empedradas y se deja mojar, se deja caer en el barro que arrastra y al que pertenece. No tiene prisa, ni un mañana que importe en su existencia de laberinto, de humo, de espejismos que se rompen con el primer paso. Porque Emilio—si es que así se llama—ha olvidado ya el peso del destino; ha dejado de temerle a la tormenta.
Esta noche, con su mochila raída y su alma hecha pedazos, solo busca perderse, disolver las mentiras que lo sostienen, dejar atrás las farsas con las que se cubrió, fingiendo alguna vez ser un hombre completo.
" ¡Cuántas veces he mentido!", piensa mientras cae la lluvia y el lodo se entremezcla en la luz de las farolas.
" ¡Cuántas veces me he engañado , he escrito y creído en esa máscara de hombre armonioso, sabio, iluminado!"
Pero no es más que barro. Barro y polvo de caminos que no llevan a ninguna parte.
Como un trueno que retumba en la lejanía, su propia voz le devuelve la verdad: no es un poeta feliz, ni un artista sereno, sino un vagabundo, un ser quebrado que jamás conocerá la paz que busca.
¿Qué le queda entonces sino aceptar la tormenta, abrir los brazos al viento y dejarse arrastrar?
Se sienta en un banco empapado en la plaza vacía. Toma su cuaderno, su único refugio, y lo abre con manos mojadas, como si las palabras pudieran ahuyentar el peso que lo aplasta. Escribe, y con cada trazo sufre y se libera, como si sus letras fueran confesiones arrancadas del fondo de su alma. Se desgarra sobre el papel, destierra su máscara, escribe de la suciedad, del hastío, de la carga de existir en un mundo donde nada es suficiente. Y en medio de ese frenesí, algo en su pecho se calma, una chispa tenue prende en la oscuridad de su ser.
Se ha aceptado, aunque sea un instante, en la humildad cruda de su propio dolor.
La lluvia se convierte en bálsamo, en un abrazo gélido que le recuerda que está vivo, aquí y ahora, con su existencia caótica y contradictoria. La paz de los burgueses no es para él. Esa paz no podría jamás contener el delirio de quien vive en la tormenta, de quien arrastra consigo el peso de sus miserias, de sus propias ruinas. No, la calma no es para un hombre que se ha lanzado al abismo de su propia alma, que ha aprendido a escuchar el eco de sus pasos vacíos.
- Entonces, cierra el cuaderno y levanta la mirada hacia el cielo plomizo. No pide respuestas, no anhela claridad. Solo está, siendo y deshaciéndose, con la certeza de que su vida es una lucha inacabable, un grito que se disuelve en la inmensidad de la noche. No habrá amanecer para él, pero eso ya no le importa. Porque ha encontrado, en la tormenta que ruge sobre su pecho, la verdad que le negaron los espejismos de grandeza.
- Emilio, o tal vez nadie- se levanta del banco, sus pasos resuenan en el vacío, y camina sin rumbo, cargando en su mochila el peso de todas las contradicciones que le conforman. Lleva consigo la risa y el llanto, el oro y el lodo, el placer y la pena. Lleva consigo su humanidad rota y plena, y con cada paso, deja caer las máscaras que el mundo le impuso.
Es un pájaro en plena tormenta. Nada en él busca volar hacia cielos despejados, porque su verdad está aquí, en el viento frío que lo envuelve, en el barro que lo ensucia y lo eleva. Es la vida misma: brutal y hermosa, caótica y febril. Y él, - Emilio, o tal vez nadie- , sigue adelante, sin huir, sin temer. Porque en cada paso de este camino incierto, encuentra una verdad más pura, una chispa de lo que es, de lo que siempre fue: un guerrero perdido que se rinde y se reconstruye en medio de la tempestad.
No crece la hierba en el lugar donde los vagabundos se detienen a esperar,
donde los soñadores se derrumban en busca de un refugio para el desvelo.
Las hojas de los árboles 🍂 caen,
el otoño ya está aquí,
para
" Emilio, o tal vez nadie. "
Fin
Derechos de autor: Berta Martín de la Parte
Saludos para todos y continuemos siendo felices.
Qué buen texto nos has dejado, es una mezcla de aceptar el destino y otro poco querer avanzar , pero no saber como hacerlo , o tal vez tener miedo hacerlo.
ResponderEliminarComo los pájaros volamos hacia un destino que ignoramos , y tal vez eso es el temor a querer volar. Un beso ,Berta, feliz otoño.
Sé de varios Emilios, ayer mismo vi uno de ellos, de los sin techo, no sé si será poeta pero sin duda escribe y es de los que les duele y se inventan la vida. Con esa sensibilidad que te caracteriza, Berta, precioso texto. Un abrazo, amiga, te eché de menos ayer, ya sabes dónde ;)))
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