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" El peso de las alas"
Me quedo porque me puedo ir cuando quiera. Lo repito como un conjuro, como una certeza que me resguarda de la jaula invisible que este lugar insiste en ser.
Afuera, el viento muerde las copas de los árboles, juega con las hojas secas y dibuja caminos de polvo en el aire. Adentro, el tiempo es un estanque, una sombra que se alarga sin moverse. Pero no me asfixia. No del todo.
Él está sentado junto a la ventana, con la misma postura con la que lo vi hace un año, hace un siglo, hace un instante. No habla, pero sus ojos me preguntan si hoy será el día en que mi sombra desaparezca de esta casa.
—¿Quieres té? —pregunto, como si ese fuera el hilo que mantiene en pie la estructura.
Asiente. Yo me levanto y dejo que el agua hierva con la paciencia de quien no teme la espera. Afuera, el viento cambia de dirección. Adentro, las paredes me observan con la indulgencia de quien sabe un secreto.
Puedo irme cuando quiera.
Esa certeza es lo único que evita que me disuelva entre estas paredes, que me vuelva uno con los muebles gastados, con el eco de los pasos en el pasillo. Porque la libertad no siempre es huir. A veces, la libertad es saber que podrías huir y elegir quedarte.
Cuando vuelvo con las tazas humeantes, su voz rompe la quietud:
—Hoy soñé que volabas.
Lo miro, esperando más.
—No tenías alas, pero volabas.
Sonrío, porque no necesito alas. Tengo la llave en mi bolsillo, el aire en mis pulmones, el viento que espera allá afuera. Tengo la certeza de que el mundo sigue existiendo más allá de esta casa, de que los caminos aún llevan a otros lugares.
Y sin embargo, me quedo.
No por miedo. No por costumbre. No porque el amor me ate a su sombra, ni porque la historia que compartimos me encadene a esta quietud. Me quedo porque en la posibilidad de irme encuentro mi libertad. Porque mi voluntad pesa más que cualquier puerta cerrada, más que cualquier murmullo del pasado.
Él sopla la superficie del té, observa el líquido temblar bajo su aliento. No me pide que me quede ni que me vaya. Sabe, como yo, que no hay barrotes más fuertes que los que uno mismo elige.
El viento empuja las ventanas. El día se pliega sobre sí mismo. Y en el fondo de mi pecho, una certeza: si un día me voy, será porque quiero. Pero hoy, hoy elijo quedarme.
Final.
Muy chulo y cierto!
ResponderEliminarAbrazo.
Alfred un placer verte por mi rincón de pensar... Abrazo
EliminarBuenos días, nos dejas una estupenda entrada , donde soñar es maravilloso.
ResponderEliminarUn besote, feliz semana.
Campirela abrazos envueltos en bonitos sueños . Abrazos.
EliminarBerta, tu relato-reflexión refleja madurez, entereza y gran autoestima al sentirte dueña de tu libertad y tus sentimientos...Mi felicitación y mi abrazo agradecido por tu visita y tus genuinas letras, amiga.
ResponderEliminarGracias a ti 😘 he regresado por un tiempo, sin fecha . Veo que tú continuas activa en tu blog. Da gusto leer tu arte. Un abrazo
EliminarBuenas noches, Berta.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato. Es tan flexible y verdadero lo que reflejas. A la vez muy emotivo. Con la certeza de asumir esas verdades que nos hace madurar y aprender a vivir con cualquier problema. Pero eso sí, no te puedes ir. Quédate. Eres importante en tu blog.
Abrazo
Todos somos importantes en este mundo que nos ha tocado vivir. Cada persona un amago de suspiro, y todos juntos un soplo de esperanza! Un abrazo.
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