viernes, 28 de noviembre de 2025

Café con canela y un viaje sin mapa

Imagen creada con IA
© Berta Martín de la Parte


 

" Café con canela y un viaje sin mapa "



NACE LA SEXALESCENCIA; HOMBRES  Y MUJERES NACIDOS EN ANOS 50 y 60; 
SIN PLANES DE ENVEJECER:



Elena se puso sus lentes de sol, los grandes, esos que le daban un aire a Sofia Loren. 


A sus 67 anos, se había reencontrado con su reflejo y le gustaba lo que veía.


Caminaba con paso firme por la rambla de su ciudad costera, con el mismo swing con el que había entrado a la universidad, con 54 años, para estudiar Psicología porque “ ya no le debía nada a nadie “.


  • Llegas tarde- dijo ella sin mirar el reloj.

  • Llego a tiempo para el café- respondió Raúl, que apareció con su típica camisa de lino abierta dos botones más de lo socialmente aceptable. Tenía 70, aunque decía que esa cifra era solo un trámite.

Ambos se conocieron en un taller de escritura creativa organizado por la biblioteca pública de la ciudad. 

Él llego con un poema en la mano y un mate bajo el brazo.

Ella , con un cuento corto sobre la libertad después de los sesenta. 


Se cayeron bien desde la primera carcajada compartida. Tenían los mismos anhelos, los mismos sueños , las mismas ilusiones, el mismo interés por continuar descubriendo el mundo.


  • Hoy estás más luminosa que ayer- le dijo él, ambos sentados en la terraza del café . 

  • Será que ayer llovía- respondió ella, dejando que la brisa del mar le revolviera el cabello. Siempre le había gustado que las frases tuvieran doble fondo.

Raúl no era de los que hablaban de achaques ni de pensiones. Había sido músico en su juventud y ahora, con más tiempo y menos presiones, tocaba el saxofón en una banda de jazz que ensayaba los viernes por la tarde y, se presentaban ocasionalmente ante el público en celebraciones como bodas o bautizos. Se resistía a la idea de jubilar su pasión. 

Elena lo admiraba por eso. Ella tampoco pensaba en “ retirarse”; escribía artículos para 

revistas digitales sobre envejecimiento activo, daba charlas en centros culturales, y cada tanto se lanzaba sola a algún viaje corto, con mochila, libre y una lista de cosas por descubrir.


  • ¿Te conté que me inscribí en un curso de fotografía digital?- preguntó ella, revolviendo su café con canela. 

  • ¿Y yo te dije que estoy aprendiendo francés por una app que me reta cuando no practico?- contestó él con una sonrisa en los labios. 

  • Ay, Raúl, si hace diez años me hubieras dicho que a los 67 iba a estar sacando selfies artísticos y planeando irme sola a Islandia, te juro que me hubiera reído en tu cara. 

  • Y si a mí me hubieran dicho que iba a tener un canal de YouTube con mis nietos en el que hablamos de música de los 70 y videojuegos actuales, los habría internado a todos. 

Rieron como lo hacen quienes saben que la vida se está cocinando ahora mismo, no en algún recuerdo, ni en un plan para “ cuando se pueda”.

  • La mayoría de la gente cree que después de cierta edad uno empieza a desaparecer, ¿no?- dijo Elena bebiendo con un sorbo corto el café.

  • Sí, pero nosotros somos más como manchas de vino tinto sobre mantel blanco: imposibles de ignorar- respondió Raúl, guiñándole un ojo.


A su alrededor, el mundo seguía en su ritmo. Jóvenes con auriculares, turistas con cámaras, familias con niños gritando. Ellos eran parte de ese paisaje, no como nota al pie de página, sino como protagonistas. 

Porque a diferencia de lo que dictaba la vieja narrativa, la sexalescencia- como se llamaban entre ellos y sus nuevos amigos- era una edad de estrenos. 


  • ¿ Y si organizamos un viaje sin mapa?- propuso ella de pronto.

  • ¿ Cómo así?

  • Elegimos una fecha, sacamos dos pasajes, y cuando llegamos al aeropuerto decidimos a donde vamos. Nada de itinerarios, nada de reservas. Como cuando teníamos veinte y creíamos que el mundo nos debía una aventura. 


Raúl la miró como si ella acabara de darle la mejor idea del año. 


  • Elena, contigo es imposible no enamorarse un poquito cada día.

  • Raúl. contigo es imposible aburrirse. Pero tranquilo, enamorarse no es obligatorio, solo vivir con ganas.

Pagaron el café. Se pusieron sus mochilas livianas- con más anécdotas que ropa- y caminaron sin prisa. Eran los nuevos “ adolescentes de la experiencia” , como decía Elena en una de sus columnas más leídas.

Y mientras el sol descendía  dejando estelas de arco iris, ella sacó una foto del mar.


  • Para el Instagram- dijo-. Con el hashtag #SexalescentesEnRuta.



Raúl levantó el pulgar.👍 Porque sí, se puede tener setenta y seguir diciendo que la vida apenas comienza.


Final.


Saludos para tod@s y continuemos siendo felices. 

Derechos de autor : © Berta Martín de la Parte



viernes, 7 de noviembre de 2025

La chispa.

 

Imagen creada con IA
ⓒ Berta Martín de la Parte

La chispa.

Volvió a la casa una tarde de octubre, cuando el aire olía a madera húmeda y hojas podridas.
Hacía años que no cruzaba ese umbral. La pintura seguía resquebrajada en las mismas esquinas, y el reloj de pared —aquel que siempre marcaba el paso del tiempo como si fuera una respiración cansada— seguía colgado, tercamente vivo.

Él la recibió en la puerta con una sonrisa torpe, un gesto aprendido de quien no sabe muy bien qué decir. Había envejecido: los hombros más estrechos, la piel translúcida, la voz quebrada como una rama seca. Aun así, en su mirada había algo parecido a la esperanza, una chispa pequeña que se negaba a apagarse.

  • Qué bien te veo, hija —dijo, mientras la abrazaba sin fuerza.

  • Ella asintió, sintiendo cómo el olor a tabaco viejo y soledad se le metía en el pecho. Tú también estás bien, papá —mintió con suavidad.

La mesa estaba puesta con esmero, como si cada plato buscara redimir años de ausencias.
Comieron lentamente, tropezando en conversaciones tímidas: el jardín, el tiempo, el vecino que ya no vive allí.
Había una extraña serenidad, una tregua frágil sostenida por la nostalgia.

Por momentos, Clara se sorprendía pensando que tal vez las heridas del pasado se habían cerrado solas, como esas grietas en las paredes que el tiempo disimula con polvo.
Tal vez, pensó, el amor sí puede volver a encontrar su forma, aunque esté lleno de costuras invisibles.

Pero el pasado no se borra, sólo se adormece.
Y basta una palabra, una imagen, 

una memoria que se escapa sin permiso, para que despierte.

  • El otro día pasé por mi antiguo colegio —dijo ella, sin pensar demasiado—. Todavía me acuerdo del día que no fuiste a recogerme. Me quedé esperando hasta que anocheció.

No hubo reproche en su voz, ni sombra de acusación.
Era un recuerdo como tantos, un trozo de infancia que asomó a la conversación buscando aire.

Pero en el gesto de su padre algo cambió.
Una rigidez mínima, casi imperceptible, le endureció la mirada. El silencio cayó sobre la mesa como una manta pesada.

  • ¿Todavía estás con eso? —preguntó él, sin mirarla.
    Ella titubeó.

  • No, no es eso… sólo lo recordé, nada más.

Él soltó una risa seca, sin humor.

  • Siempre lo mismo, Clara. Siempre buscando motivos para juzgarme. 

  • Papá, no te estoy juzgando.

  • Claro que sí. Igual que tu madre. Ustedes nunca pudieron ver más allá de mis errores.

El aire se volvió espeso.
El reloj marcaba cada segundo con crueldad, como si midiera el pulso de la distancia entre ambos.
Clara bajó la mirada hacia su plato intacto. Sintió una punzada antigua, esa mezcla de miedo y tristeza que conocía desde niña, cuando él levantaba la voz y ella aprendía a callar.

No quería discutir.
Había venido buscando algo distinto, un pequeño gesto de ternura, un puente sobre las ruinas.
Pero la chispa ya había saltado, y el fuego del rencor se extendía sin control.

  • ¿Sabes qué, papá? —dijo al fin, con una voz serena que apenas ocultaba el temblor—. Tal vez nunca entendiste que no buscaba culparte. Solo quería que dijeras “lo siento”. Una vez. Solo eso.

Él levantó la vista, sorprendido.  Durante un instante, el brillo de sus ojos se quebró, como si algo dentro de él se ablandara. Pero enseguida se recompuso, endureciendo el gesto, refugiándose en su orgullo como en un abrigo demasiado viejo.

  • No tengo nada de qué disculparme —murmuró. Y volvió a clavar el cuchillo en el trozo de carne, como si cada corte fuera una defensa.

El silencio se alargó, pesado, inmenso.
Clara miró el mantel, el vaso, la ventana. Todo parecía lejano, como si estuviera viendo una escena que ya había ocurrido muchas veces.

Comprendió entonces que hay heridas que no cicatrizan porque nadie se atreve a tocarlas.

Que el perdón, cuando no encuentra dónde posarse, se convierte en piedra.

Terminó su vino despacio.
Él siguió hablando, sin decir nada.
Palabras huecas, lugares comunes, frases que flotaban sin destino.
Y ella sonreía por cortesía, mientras algo en su interior se apagaba, definitivamente.

Cuando se despidieron, la tarde ya moría.  Él la acompañó hasta la puerta y la abrazó brevemente, como si ese gesto bastara para borrar el eco de lo dicho. Clara le devolvió el abrazo, sintiendo que en ese contacto se mezclaban el amor, la impotencia y una ternura dolida.

  • Cuídate, papá.

  • Tú también, hija.

Cerró la puerta despacio.
El reloj seguía marcando su tic-tac paciente, indiferente al peso de los años y de las palabras no dichas.

Mientras caminaba hacia su coche, Clara sintió que la noche le caía encima con suavidad.
Miró hacia la ventana iluminada y, por un momento, creyó ver su sombra, sola, inmóvil, frente a la mesa vacía.
Pensó que tal vez ambos estaban hechos del mismo material: amor sin cauce, orgullo sin remedio, silencio acumulado.

Y comprendió, finalmente, que no hay explosiones sin fuego previo.
Que la chispa no nace del azar, sino de todo lo que se guardó demasiado tiempo.

Se subió al coche, encendió el motor, y dejó que el ruido del camino ahogara el resto de los pensamientos.

El reloj, allá dentro, seguiría marcando el tiempo.
Ella, afuera, comenzaba al fin a dejarlo pasar.


Final

Nota del autor: - La chispa es un relato que explora la fragilidad de los lazos familiares y la persistencia del rencor oculto tras años de silencio. A través del reencuentro entre un padre y su hija, con el texto intento revelar cómo una conversación aparentemente trivial puede desenterrar antiguas heridas y poner al descubierto lo que nunca se dijo.

Derechos de autor: © Berta Martín de la Parte.



Café con canela y un viaje sin mapa

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