viernes, 7 de noviembre de 2025

La chispa.

 

Imagen creada con IA
ⓒ Berta Martín de la Parte

La chispa.

Volvió a la casa una tarde de octubre, cuando el aire olía a madera húmeda y hojas podridas.
Hacía años que no cruzaba ese umbral. La pintura seguía resquebrajada en las mismas esquinas, y el reloj de pared —aquel que siempre marcaba el paso del tiempo como si fuera una respiración cansada— seguía colgado, tercamente vivo.

Él la recibió en la puerta con una sonrisa torpe, un gesto aprendido de quien no sabe muy bien qué decir. Había envejecido: los hombros más estrechos, la piel translúcida, la voz quebrada como una rama seca. Aun así, en su mirada había algo parecido a la esperanza, una chispa pequeña que se negaba a apagarse.

  • Qué bien te veo, hija —dijo, mientras la abrazaba sin fuerza.

  • Ella asintió, sintiendo cómo el olor a tabaco viejo y soledad se le metía en el pecho. Tú también estás bien, papá —mintió con suavidad.

La mesa estaba puesta con esmero, como si cada plato buscara redimir años de ausencias.
Comieron lentamente, tropezando en conversaciones tímidas: el jardín, el tiempo, el vecino que ya no vive allí.
Había una extraña serenidad, una tregua frágil sostenida por la nostalgia.

Por momentos, Clara se sorprendía pensando que tal vez las heridas del pasado se habían cerrado solas, como esas grietas en las paredes que el tiempo disimula con polvo.
Tal vez, pensó, el amor sí puede volver a encontrar su forma, aunque esté lleno de costuras invisibles.

Pero el pasado no se borra, sólo se adormece.
Y basta una palabra, una imagen, 

una memoria que se escapa sin permiso, para que despierte.

  • El otro día pasé por mi antiguo colegio —dijo ella, sin pensar demasiado—. Todavía me acuerdo del día que no fuiste a recogerme. Me quedé esperando hasta que anocheció.

No hubo reproche en su voz, ni sombra de acusación.
Era un recuerdo como tantos, un trozo de infancia que asomó a la conversación buscando aire.

Pero en el gesto de su padre algo cambió.
Una rigidez mínima, casi imperceptible, le endureció la mirada. El silencio cayó sobre la mesa como una manta pesada.

  • ¿Todavía estás con eso? —preguntó él, sin mirarla.
    Ella titubeó.

  • No, no es eso… sólo lo recordé, nada más.

Él soltó una risa seca, sin humor.

  • Siempre lo mismo, Clara. Siempre buscando motivos para juzgarme. 

  • Papá, no te estoy juzgando.

  • Claro que sí. Igual que tu madre. Ustedes nunca pudieron ver más allá de mis errores.

El aire se volvió espeso.
El reloj marcaba cada segundo con crueldad, como si midiera el pulso de la distancia entre ambos.
Clara bajó la mirada hacia su plato intacto. Sintió una punzada antigua, esa mezcla de miedo y tristeza que conocía desde niña, cuando él levantaba la voz y ella aprendía a callar.

No quería discutir.
Había venido buscando algo distinto, un pequeño gesto de ternura, un puente sobre las ruinas.
Pero la chispa ya había saltado, y el fuego del rencor se extendía sin control.

  • ¿Sabes qué, papá? —dijo al fin, con una voz serena que apenas ocultaba el temblor—. Tal vez nunca entendiste que no buscaba culparte. Solo quería que dijeras “lo siento”. Una vez. Solo eso.

Él levantó la vista, sorprendido.  Durante un instante, el brillo de sus ojos se quebró, como si algo dentro de él se ablandara. Pero enseguida se recompuso, endureciendo el gesto, refugiándose en su orgullo como en un abrigo demasiado viejo.

  • No tengo nada de qué disculparme —murmuró. Y volvió a clavar el cuchillo en el trozo de carne, como si cada corte fuera una defensa.

El silencio se alargó, pesado, inmenso.
Clara miró el mantel, el vaso, la ventana. Todo parecía lejano, como si estuviera viendo una escena que ya había ocurrido muchas veces.

Comprendió entonces que hay heridas que no cicatrizan porque nadie se atreve a tocarlas.

Que el perdón, cuando no encuentra dónde posarse, se convierte en piedra.

Terminó su vino despacio.
Él siguió hablando, sin decir nada.
Palabras huecas, lugares comunes, frases que flotaban sin destino.
Y ella sonreía por cortesía, mientras algo en su interior se apagaba, definitivamente.

Cuando se despidieron, la tarde ya moría.  Él la acompañó hasta la puerta y la abrazó brevemente, como si ese gesto bastara para borrar el eco de lo dicho. Clara le devolvió el abrazo, sintiendo que en ese contacto se mezclaban el amor, la impotencia y una ternura dolida.

  • Cuídate, papá.

  • Tú también, hija.

Cerró la puerta despacio.
El reloj seguía marcando su tic-tac paciente, indiferente al peso de los años y de las palabras no dichas.

Mientras caminaba hacia su coche, Clara sintió que la noche le caía encima con suavidad.
Miró hacia la ventana iluminada y, por un momento, creyó ver su sombra, sola, inmóvil, frente a la mesa vacía.
Pensó que tal vez ambos estaban hechos del mismo material: amor sin cauce, orgullo sin remedio, silencio acumulado.

Y comprendió, finalmente, que no hay explosiones sin fuego previo.
Que la chispa no nace del azar, sino de todo lo que se guardó demasiado tiempo.

Se subió al coche, encendió el motor, y dejó que el ruido del camino ahogara el resto de los pensamientos.

El reloj, allá dentro, seguiría marcando el tiempo.
Ella, afuera, comenzaba al fin a dejarlo pasar.


Final

Nota del autor: - La chispa es un relato que explora la fragilidad de los lazos familiares y la persistencia del rencor oculto tras años de silencio. A través del reencuentro entre un padre y su hija, con el texto intento revelar cómo una conversación aparentemente trivial puede desenterrar antiguas heridas y poner al descubierto lo que nunca se dijo.

Derechos de autor: © Berta Martín de la Parte.



1 comentario:

  1. Es esa chispa de recuerdos que no se resolvieron en su momento y que dejaron huellas que siempre estarán , porque no hubo esa disculpa a tiempo y el orgullo está vez se hizo fuerte.
    Cuanto cuesta, pedir un perdón o un lo siento.
    Palabras que duchas en un momento saldarian cuentas pendientes.
    Un buen relato, te dejo unos😘😘😘❇️🌹

    ResponderEliminar

La chispa.

  Imagen creada con IA ⓒ Berta Martín de la Parte La chispa. Volvió a la casa una tarde de octubre, cuando el aire olía a madera húmeda y ho...