jueves, 9 de octubre de 2025

Caperucita vuelve a Manhattan.

 

Imagen creada con IA
@ Berta Martín de la Parte


" Caperucita vuelve a Manhattan"

Manhattan se había despertado aquella mañana oliendo a óxido y pan tostado. Sobre el rio Hudson que siempre duda entre ser mar o ciudad, sobrevolaban el aire murmullos de sirenas y gaviotas. 

En el NYC Ferry, una mujer joven apoyada en una de las barandillas del barco —una lectora que llevaba un libro bajo el brazo— pensó haber visto a una niña con una capa roja mirando el agua. 

La niña sonreía como si esperara a alguien. 


Sara Allen había regresado. Treinta años después de su primer paseo solitario, cruzaba otra vez el puente imaginario que une la infancia con el deseo de libertad. Su capa era ahora una bufanda de lana roja, deshilachada, rodeando su cuello. En su mirada permanecía la misma mezcla de asombro y hambre de mundo. 


Manhattan, en cambio, parecía más cansada. Los escaparates mostraban sueños en época de rebajas y los rascacielos, como viejos guardianes, seguían apuntando a un cielo que ya no prometía nada.


La espera de Sara Allen, no tardó en dar sus frutos, entre los murmullos del aire apareció la abuela. Rebeca Little también estaba de vuelta. Llevaba un sombrero extravagante, lleno de plumas y recuerdos. Su voz, aunque temblorosa, seguía sonando como una canción de ópera a medio recordar.

  • Querida, - le dijo a Sara-, la ciudad no ha cambiado tanto. Solo a aprendido a fingir mejor.


Ambas a la espera de la próxima salida del ferry, caminaron juntas hasta Battery Park. Desde allí, la Estatua de la Libertad se alzaba en el horizonte, envuelta en un resplandor que no era del todo luz ni del todo niebla. Sara la miró con la misma fascinación de entonces, aunque algo en su pecho pesaba más.

  • ¿Crees que sigue siendo libre?- preguntó. 

La abuela soltó una risa que sonó a copas vacías.

  • Libre es quien sabe perderse sin miedo. La estatua, querida, hace siglos que no se mueve. 


Nieta y abuela, no eran los únicos , entre tanta afluencia de turistas a esa hora, que esperaban al ferry. Un hombre alto y delgado observaba a las dos figuras. Llevaba un traje caro, gris humo, y unos ojos que parecían fabricados con la nostalgia del tiempo. 

Era Míster Woolf.

El tiempo le había limado los colmillos, pero no la melancolía. Ya no iba a la caza de inocencias, hacia tiempo que no coleccionaba recetas de tartas de fresas, ahora coleccionaba soledades. vendiendo, a través de su empresa digital, experiencias de conexión humana, por suscripción mensual.


Cuando vio a Sara, algo en él se estremeció- quizás el eco de aquel primer encuentro en Central Park, cuando ella había sido más valiente que él. 


Se acercó , torpe como quien busca redención en un semáforo. 

  • Sara Allen- dijo- . Has vuelto. 

Ella lo miró con una mezcla de ternura y desconfianza.

  • O quizás nunca me fui del todo. Las niñas que se pierden en Manhattan suelen quedarse aquí, a la sombra de los anuncios.


La lectora, que al ver a los tres había decidido bajarse del ferry, les había seguido con disimulo, apenas podía creer lo que veía. Caminaba detrás de ellos, tomando notas mentales. Había leído Caperucita en Manhattan en la universidad, cuando aún creía que los libros podrían cambiar el mundo. Ahora los leía para recordar que el mundo alguna vez había querido cambiar.


Les siguió hasta que subieron al ferry, que ya estaba a punto de zarpar;  ya a bordo cuando el barco partió hacia Liberty Island, sintió que el tiempo giraba sobre sí mismo como una veleta oxidada.


En el trayecto, la abuela habló del pasado, de la música y de los lobos que ya no sabía aullar. Míster Woolf permaneció en silencio, observando cómo los móviles de los turistas capturaban el horizonte en pixeles. Sara miraba el agua.

De pronto, le habló a la lectora, que se había sentado a su lado sin saber cómo.

  • ¿ Tú también soñabas con venir aquí?

  • Sí- respondió ella-, pero ahora la libertad me parece una marca registrada.

Sara sonrió.

  • Entonces entiendes. La libertad no se visita, se busca. Aunque esté oxidada, aunque se esconda dentro de una estatua que ya no sabe qué significa.


El ferry se detuvo. Todos bajaron en fila, obedientes, como si pisar aquella isla fuera un acto de fe. Frente a ellos, la Estatua de la Libertad se erguía imponente. Su antorcha brillaba débilmente bajo un cielo encapotado. La lectora sintió un escalofrío: la estatua parecía cansada, como si el peso del metal fuera también el peso de las promesas incumplidas.


La abuela sacó un pequeño espejo de su bolso y lo levantó hacia la estatua.  

  • Mira, Sara. Quizás la libertad solo exista cuando alguien la refleja.

Míster Woolf apartó la vista. Tal vez no soportaba ver su propio rostro deformado en aquel gesto.


Entonces, la lectora- sin saber por qué- abrió el libro que llevaba y lo dejó caer al suelo. El viento lo elevó y algunas de las páginas se desprendieron comenzando a volar sobre las explanada, revoloteando entre turistas  y gaviotas. Sara corrió tras ellas riendo, la bufanda roja ondeando como una bandera diminuta. Durante un instante, pareció que todo era posible otra vez.


Cuando el libro se detuvo a los pies de la estatua, Sara lo recogió y lo abrió al azar. La página decía: Ser libre no es llegar, sino seguir caminando aunque nadie te te espere. 


Sara levantó la vista hacia la antorcha, y por un momento creyó ver que la llama titilaba con un brillo humano, casi triste, de repente su vista se detuvo en la tablilla que sostenía la estatua. En el cobre oxidado creyó leer una frase que nadie había escrito sobre ella: Aquí yace la libertad que prometimos, pero que algunos olvidaron practicar.


La abuela le tomó la mano. Míster Woolf dio media vuelta. La lectora guardo silencio.


Sara Allen, Rebeca Little y Míster Woolf echaron a andar hacia el embarcadero, entre la neblina que comenzaba a levantarse de las aguas. Sus siluetas se fueron disolviendo entre los turistas y las banderas, como si regresaran a un tiempo que no pertenece a nadie. Quizás tomaron otro ferry, quizás cruzaron a otra orilla, o quizá simplemente se adentraron en la historia- esa que de vez en cuando se reescribe par volver a empezar.


Nadie volvió a verlos, pero dicen que en ciertos atardeceres, cuando el sol incendia el cobre de la estatua, aún se distingue una bufanda roja flotando sobre el agua. 


La Estatua de la Libertad continuaba allí, inmensa, despierta, indiferente, inmóvil, sosteniendo su fuego, que por un momento la brisa, con rumor de sirenas y risas lejanas, pareció avivar, mientras que en el humo imaginario pareció dibujarse una frase:

Sigo recordando aquello que el resto del mundo prefirió olvidar” 



Final.


Derechos de autor: Berta Martín de la Parte.


Relato , ( Modalidad fuera de concurso) :

como colaboración en el homenaje a Carmen Martín Gaite; organizado por

EL TINTERO DE ORO

 


Saludos para todos y continuemos siendo felices. 😊







21 comentarios:

  1. Un despliegie apabullante de metaforas y frases agudas.
    La lectora tiene una memoria y una imaginación prodigiosas psra dar nueva vida a viejos personajes, y volver a enfrentarlos a la libertad. Si no fuera Berta, le diría wye se presentará sl concurso😝
    Abrszooo

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  2. Estuvo con Carmen Martin Gaite y tu la has vuelto a llevar, has hecho un recorrido imaginado y sacado personajes que completan un relato muy bueno en el modo. Abrazos

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  3. Maravilloso, Berta. Una continuación perfecta de la historia original. Me encanta cómo la has retomado y cómo has mantenido la esencia de los personajes pese al paso del tiempo. También el aire de melancolía que impregna el relato y culmina en esa frase final tan poderosa. Me ha gustado muchísimo tu cuento.

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  4. Un buen trabajo, Berta.
    Esta Caperucita y su abuela , han viajado y han descubierto que hay algo más que un frondoso bosque , y que la vida se compone de más cosas, y lobos los hay en todos los lugares, algunos son descifrables, otros cuesta un poco más averiguar de qué piel están hechos.
    Un beso, feliz fin de semana

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  5. Me encantó tu relato, no sé porqué no lo presentaste a concurso. Sí se trata de homenajear a Carmen Martín Gaite lo has conseguido, ese fuego tuyo, ese ingenio, ha avisado mis ganas de leer esa Caperucita a la que aludes. Un abrazo enorme 😘😘😘

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  6. ¡Qué bien que te decidiste, Berta! Esta tarde con tiempo y calma pillo a tu caperucita.
    Hasta luego.

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  7. Ya estoy aquí. Todo un homenaje a la autora con la imaginación que te caracteriza, querida Berta, con frases sensitivas y otras impagables, como la del aprendizaje del fingimiento, colección de soledades… y tantas otras que hablan de lo ingeniosa que eres, y de lo bien que escribes.
    Un retorno, protagonizado por abuela y nieta y hasta el Sr. Woolf.
    Es un relato de diez y medio, Berta, para leerlo detenidamente y repetir en voz baja algunos párrafos, o el relato entero, (yo lo he hecho)
    Lo que no te perdono es que no concurse, porque merece un podio, sin duda.
    Un abrazo apretao, Berta, y de nuevo, bienvenida a Tintero. ¡Ya era hora!

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  8. Hola, Berta, qué bonito final, preciosa la frase. Un relato muy basado en el libro como un complemento al mismo. Otra visión de la historia y de los temas que trata el mismo. Un buen homenaje a la autora.
    Un abrazo. 🤗

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  9. Hola, Berta. Qué relato tan hermoso, tan repleto de frases que te sacuden. Por desgracia no he leído la novela, entiendo que has escrito una suerte de continuación que te ha quedado preciosa.
    Enhorabuena.
    Un abrazo.

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    1. intento dejar un comentario en tu Blog, sin éxito . En cualquier caso he leído tu relato Ocho cuarenta y cinco, y solamente puedo decir: Me ha gustado mucho. Enhorabuena.
      Un abrazo.

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  10. Buenos días a tod@s. Por motivos personales, esta semana que se inicia, no podré responder a vuestros amables comentarios , uno por uno; pero más adelante os responderé y por supuesto visitaré vuestros Blogs. Abrazos y saludos cariñosos. 🤗

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  11. No te preocupes, Berta, por aquí estaremos. Cuando se pueda y con calma. Un cariñoso abrazo, querida amiga.

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  12. ¡Hola, Berta!
    ¡Qué genial que te incorpores al Tintero!
    Me alegra leerte de nuevo, y aún más con este delicadísimo y precioso cuento. Está lleno de hallazgos, frases que dejan pensando y que nos envuelven en una dulce melancolía (ej: la ciudad no ha cambiado tanto. Solo a aprendido a fingir mejor..")
    Intuyo que me he perdido muchos guiños a la novela, ya que no la he leído, pero aún así resulta un cuento encantador. Felicidades por una prosa tan exquisita y ¡bienvenida!!

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  13. Hola, Berta. Qué bien escribes, narras y cuentas las cosas. Ha sido tan fácil adentrarse en tu relato, y eso que aún no he leído el libro origina.
    Bienvenida al Tintero aunque sea en la modalidad fuera de concurso.

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  14. Queridos amigos, ya he cumplido mis obligaciones personales, y de nuevo me incorporo a este mundo de las palabras, en el que todo es posible: La imaginación al poder. Continuemos escribiendo lo que vemos, imaginamos, pensamos, escuchamos... Os quiero, mi querida gente, gracias por pasar por mi rinconcito de pensar... Y ahora , sí; voy a visitaros... Saludos para tod@s.

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  15. Hola Berta, un gran relato sin duda, con grandes mensajes y reflexiones escondidos entre tus líneas. Me ha gustado como homenajeas a la autora del libro que generó esta convocatoria. Enhorabuena por un trabajo notable. Saludos.

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    1. Hola Ana, gracias a tí por pasar por mi rinconcito de pensar. Saludos.

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  16. Hola Berta me parece una continuación excepcional para la primera parte y un gran homenaje a Carmen Martín Gaite me ha encantado leerte y disfrutar de la historia he estado allí. Un saludo.

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    1. Ainhoa, eres muy amable, yo disfruté escribiendo la historia . Una propuesta que a mi personalmente no se me hubiera ocurrido. Saludos también para ti.

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  17. Hola Berta. Un relato de gran calidad, con una prosa cuidada y lleno de frases que más que contar, dibujan los escenarios, los personajes y sus emociones en nuestras mentes. Un retrato de una ciudad y una sociedad que se hunden irremediablemente en la decadencia, esa ciudad que como dice el relato ha aprendido a fingir mejor. La libertad que si nunca fue plena, ahora es una sombra de la idea que quizás algún día estuvo en el ser de una nación que nacía de la nada. Todo el relato destila añoranza de un pasado que quizás, esta vez si, fue mejor, o menos malo al menos. Un abrazo.

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    1. Hola Jorge, gracias por leer y dejar tu comentario. Es un placer comprobar como te leen. Supongo que a ti te ocurrirá lo mismo. Gracias por pasar y dejar tu huella. Un abrazo también para ti.

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